Superar la ley de la Selva


Durante las últimas tres semanas el Presidente de la República ha mencionado insistentemente a Julius Nyerere, líder africano promotor de un modelo de “socialismo a la africana” adecuado la realidad, cultura e historia de los pueblos del África subsahariana.

Para algunos los ideales de Nyerere no lograron sus objetivos de llevar al desarrollo a su natal Tanzania, debido a diversos factores internos y el escaso apoyo internacional cuando la joven nación entró en Guerra con la Uganda de Idi Amín. “No he podido cumplir la misión que me había fijado: terminar con la pobreza, el hambre, la enfermedad; sólo la ignorancia ha sido vencida. Yo no puedo continuar dirigiendo un país que está obligado a mendigar su comida”. Dicha proclama la realizó luego de no querer someter al país las políticas del FMI.

Antes de morir, en 1999, Nyerere tuvo una visión relevante de cara al futuro del continente negro: “Las innovaciones científicas y tecnológicas han convertido al mundo en un lugar para lo bueno y lo malo. Los países están obligados a vivir juntos. Y la cuestión que se plantean ellos (y nosotros) es la de saber si nosotros y nuestras naciones queremos vivir en juna comunidad mundial civilizada o en una serie de estados belicosos, en los que reina la ley de la selva”.

En las palabras del líder africano más destacado del siglo XX se desvelan los retos y tragedias de la otra Madre Patria. Una región inmensamente rica pero desangrada por siglos de explotación y coloniaje, pero acabada y traicionada por los líderes de la era post imperial. He allí el gran reto de las naciones de Sudamérica, que voltean la mirada a su derecha, para ver al continente del cual nos separamos por acción de la geología pero que sigue siendo parte nosotros.

Cualquier iniciativa, altruista, comercial o social que se implemente para apoyar al África pasa primero por entender a quién se quiere favorecer: a una elite política y militar o al pueblo, las grandes víctimas de los errores africanos.

La excusa desgastada de que el colonialismo es el gran mal de África, se descarta cuando se analizan los indicadores educativos, sanitarios y tecnológicos de buena parte de las naciones del sur de Sahara. Los gobiernos, en lugar de favorecer el uso de las tecnologías de la información y la comunicación, cobran impuestos onerosos, a operadores y usuarios. No impulsan con esos dineros mejoras en los servicios y por lo tanto, las inversiones se frenan.

Es decir, a la pobreza, hambre y enfermedades que azotan a África debe sumársele el rezago tecnológico que amplifica los males de la población, pues las aleja más del conocimiento y de alternativas educativas y laborales.

Es por ello que si nuestros presidentes sudamericanos apuestan al África, deberán primero sincerarse. Deberán decidir entre financiar a los líderes de siempre o presionar para que las ayudas lleguen directamente al pueblo y a su formación. ¿Estaremos preparados y dispuestos en Sudamérica para atender las demandas de 900 millones de seres humanos? No se sabe, sin embargo, algo sí es seguro, lo peor sería no intentarlo.

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