Pasamos más de 10 horas diarias perdiendo el tiempo
Heberto Alvarado Vallejo
El dramático repunte de los niveles de estrés, ansiedad, depresión, presbicia, obesidad y diabetes entre menores de 30 años es apabullante. Estoy recopilando datos para hacer un trabajo más extenso centrado en este tema.
Por ahora, solo les puedo comentar que el crecimiento es enorme. Muchos de los expertos, médicos y analistas aseguran que ese repunte está íntimamente ligado a un estilo de vida sedentario, el cual parece fascinar cada vez más a niños y jóvenes.
El principal promotor de este sedentarismo es el estilo de vida digital mal orientado y mal promovido dentro de las familias. Es prácticamente imposible ver a niños y adolescentes sin teléfonos inteligentes en las escuelas, con los cuales acceden a un universo de contenido y estimulantes para los que no están preparados para procesar en sus cerebros.
La satisfacción constante, el mínimo esfuerzo, la recompensa sin mérito son emociones y reconocimientos que solo invitan al consumo frenético de más y más contenido digital.
Y si bien podríamos asegurar que los problemas de adicción son más frecuentes en familias de clase media y profesional. Las brechas se acortan por el abaratamiento de los contenidos y el deseo social de muchos padres de complacer a sus hijos. Es común ver en el seno de muchas familias el antivalor de sostener que un smartphone, una consola te nivela con tu grupo o te distingue de él.
El dramático repunte de enfermedades y adicciones entre nuestros niños y adolescentes está unido a la ignorancia y mala interpretación de la era digital y la tecnología. Apalancada por el reconocimiento social y el consumismo, que es consumo sin criterio.
Recuerdo que durante un debate en el colegio de mis hijos en el cual advertía del gravísimo problema que estamos generando al permitir el uso de Smartphone en la escuela, sin ningún tipo de regulación, tuve varias críticas y algunos respaldos.
Mis críticos argumentaron que era imposible que sus hijos fueran al colegio sin el teléfono. “Es imposible, cómo sabré de ellos, cómo resolveré cualquier situación, cómo les hago saber que ya llegué y deben salir para poder recogerlos”.
Otros, argumentaron menos, pero igualmente justificaron lo injustificable: “Es imposible que no tengan acceso a la tecnología, no podemos ir de espaldas a ella”.
Ambos argumentos están totalmente errados. El primero, lo destroza la experiencia vivida. Y en este caso, hablaré de la mía. Cuando niño y cuando adolescente estuve siempre atento a mis horarios de salida. Esperaba con disciplina que dijeran mi nombre y en ese momento me iba a casa. Obviamente, no había un smartphone en mis manos. Era imposible siquiera suponerlo. Cuando más, esperaba jugar con mi Atari una hora quizás, antes de hacer la tarea.
Lo que dejase olvidado en el hogar, o cualquier otro punto que debía consultar a mi madre lo haría en la tarde. Me gradué, me eduqué y aprendí a resolver mis problemas con aciertos y desaciertos.
El Smartphone, aunque no lo crean, reduce esa capacidad de resolver problemas, porque tanto hijos como padres vemos en el artilugio una extensión de la sobreprotección y también la comodidad.
Consciente o inconscientemente sabemos que tendremos otra oportunidad, tal cual como pasa con los videojuegos, en los cuales puedes “morir” varias veces hasta que logres ganar. Esa errónea percepción abunda, nuestras fallas no tienen consecuencias.
El segundo argumento es fácilmente destruido. Tener tecnología por tenerla es casi lo mismo que darle una pistola a un niño o a alguien emocionalmente inmaduro o inestable, alguien con problemas de ira, por ejemplo. No exagero.
La tecnología es una herramienta que bien utilizada puede elevarnos a escaños de productividad y evolución social enormes. Mal aprovechada nos puede llevar al otro lado de la fuerza. Es decir, nos puede reducir al máximo, nos puede hacer improductivos y socialmente aislados. ¿Cuál de las dos opciones estamos repitiendo? ¿A cuál estamos apostando?
Sin dudas, y los números lo refuerzan, la tecnología no está adormeciendo por el mal uso que estamos haciendo de ella. Sin reparos, sin pudor y sin consciencia, familias enteras se sumergen en un mundo digital no para capacitarse, si no para distraerse y aislarse.
Y no quiero decir que la distracción sea mala. El exceso es malo, como también es malo el exceso de capacitación. Todo tiene un equilibrio, a partir de la consciencia y las necesidades particulares de cada persona. Una vez que un ser humano se analiza, se comprende, podrá tener control de lo que necesita y cómo lograr sus objetivos.
Mientras estés distraído, difícilmente llegarás a tal nivel de comprensión. Mientras más temprano comiences a distraerte, más te costará la remontada y más complicado será poner rumbo a tu tiempo vital.
LO QUE HACEMOS CON NUESTRO TIEMPO
Vayamos a las matemáticas simples. Sabemos que el día tiene 24 horas. De estas, debemos pasar 8 horas durmiendo, 8 horas trabajando o estudiando. Unas dos horas comiendo y descansando, una hora más en alguna actividad. El resto podría ser tiempo de ocio, tiempo libre.
En teoría tendríamos cerca de 5 horas al día para cualquier cosa: jugar, capacitarse, leer un libro, ver películas, preparar un platillo, jugar en la mesa con amigos y familiares, etc. Si hacemos referencia a los jóvenes, que no tienen que trabajar, el margen de tiempo disponible es mayor. En aprovechar este tiempo radicará el futuro de ese joven que en algún momento de su vida, deberá asumirla y tener sus propias vivencias .
Partiendo de ese promedio, quiero compartirles datos que dejan en número lo que estamos haciendo con nuestro tiempo vital, nuestro tiempo productivo y sobre todo lo que estamos dejando de hacer con el de nuestros hijos y representados.
Los jóvenes pasan en promedio 4 a 5 horas diarias en redes sociales. Este tiempo incluye el uso de plataformas como Facebook, Instagram, Tiktok, Youtube y otras aplicaciones populares entre los adolescentes y jóvenes adultos.
En detalle y según datos estadísticos comprobados, los jóvenes pasan en promedio 84 minutos diarios viendo YouTube. Alrededor de 76 minutos diarios en TikTok, unos 84 minutos diarios en Instagram.
A esto tenemos que sumar que los jóvenes pasan alrededor de 69 minutos diarios jugando videojuegos en consolas, computadoras y smartphones.
Alrededor de 3 horas y 23 minutos diarias están viendo contenido en servicios de streaming como Netflix, Disney Plus, Amazon Prime Video y otros.
Podríamos decir que 3 horas y 15 minutos al día que nuestros jóvenes pasan usando el Smartphone, se diluye en algunas de estas redes sociales y claro sumaríamos Whatsapp. y Telegram, servicios de mensajerías muy utilizados entre jóvenes.Los promedios indican que el tiempo en estas plataformas no llega a los 40 minutos diarios en promedio.
Si se ponen a sumar, comprenderán que estamos en un alarmante déficit de tiempo para alguna tarea productiva. En el mundo real. no hay posibilidad de repetir la misión.
En el mundo real, “el tiempo perdido hasta los santos lo lloran” como bien versa el refrán mexicano.
Ahora comparemos con otras actividades no ligadas a la tecnología: La sociedad pasa en general un promedio de 6 horas semanales leyendo libros o realizando alguna actividad física.
Lo que debemos concluir, es que este uso desproporcionado de las plataformas digitales y la era de las aplicaciones sin dudas no está adormeciendo como sociedad y nos lleva a niveles de conexión, aislamiento y depresión nunca antes visto y menos reflejado en tantos menores y jóvenes.
¿QUÉ HACER?
Como adultos, debemos analizar estos datos y primero hacer nuestra propia expiación. Revisar que tanto de nuestro tiempo estamos utilizando para la distracción y el entretenimiento. Si los números nos dicen que estamos en déficit productivo, pues nos toca corregir y trabajar con nuestra adicción. La cual, debe ser reconocida por cada individuo.
En el caso de nuestros hijos y representados, urge la mano dura. Primero reconocer que fuimos nosotros, como padres los primeros responsables de llevar a nuestros hijos a estos alarmantes niveles de déficit de tiempo productivo.
Generar en ellos el conflicto ético. Que comprendan que está en sus manos ser responsables con su futuro.
De la mano con este punto, debemos elevar los controles parentales. Los jóvenes son víctimas de muchos flagelos que van más allá del Bullying y la Sextorsión, se contaminan de malas costumbres y pésimos hábitos.
Tenemos que cuidarlos y la disciplina y las normas son fundamentales. Ellos deben saber que aún no son dueños de sus vidas, pues están preparándose para tenerlo.
Es también importante que las escuelas prohíban el uso de los smartphones entre docentes y alumnos. No es comprensible como los propios docentes, bajo el falso precepto que la tecnología debe utilizarse, estén promoviendo el uso de plataformas que los jóvenes no están en edad de utilizar.
Otro punto que es importante asumir como representantes, es demostrarle a nuestros hijos que la tecnología puede ser maravillosa.
Nos puede ayudar desde temprano a ir preparando su futuro. Hay mucho conocimiento disponible a bajos costes que pueden ser bien aprovechados para encaminar una formación técnica en paralelo con la formación académica.
Aquí lo importante es que tanto padres, como jóvenes incluso escuelas y autoridades comprendan que está en juego la productividad de una nación, su nivel cultural y su competitividad.
Las barreras y fronteras del futuro, y las del presente, están abriéndose o cerrándose a partir del conocimiento, destrezas y capacidades de las personas. Mientras más actualizado, proactivo y educado sea un joven profesional, mejor será su futuro y enormes serán sus posibilidades.
Si la puerta se cierra, la improductividad, la vida perdida y la depresión harán su trabajo.
Para cada adulto la decisión final es individual. Pero, si a los menores y jóvenes se refiere, es una acción familiar donde padre y madre deben asumir sus responsabilidades y enderezar el futuro.
La tecnología te duerme o te despierta depende tí qué termina haciendo.
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