Heberto Alvarado Vallejo
Hace 20 años, cuando debutó Facebook, pocos pensaban, quizás nadie lo hizo, que esta plataforma se transformaría en un coloso global con cerca de la mitad de la población mundial, (4 mil millones de seres humanos) conectados a todos o por lo menos a uno de sus servicios: Facebook, Instagram, Whatsapp, Horizon World).
Recuerdo que mis primeros análisis sobre Facebook y el joven Mark Zuckerberg, estuvieron orientados al cambio que la red social estaba iniciando al conectar a seres humanos que, bajo otras circunstancias, jamás se hubiesen conocido o vuelto a ver.
Amigos de la infancia se volvieron a reunir, familias se reencontraron e incluso muchas personas comenzaron a conocerse y relacionarse. Algunos incluso formalizaron relaciones que sin Facebook jamás se hubiesen consumado.
Facebook conectó a la gente y eso me animó a decir que estaba abriendo puertas enormes para un nuevo tipo de uso de internet e incluso de la economía de servicios. También manifesté que estábamos iniciando una transformación cultural.
La publicidad sería mucho más precisa, pues podría ir directamente perfilada a determinado tipo de consumidor. Las búsquedas podrían ampliarse a escaños impensables, pues Facebook permitiría la conexión directa con la fuente original de la información.
El periodismo ampliaría su espectro, sus fuentes. El llamado periodismo digital, sería un serio competidor de los medios tradicionales y el usuario, tendría acceso inmediato a la noticia, e incluso ser parte de ella. Consideraba que sería el momento para profundizar en el periodismo de investigación, el interpretativo. Joyas del periodismo que soñé, serían el único punto fuerte de los medios, ante el inmenso flujo de contenido que iba a llegar.
Pero mi análisis quedó corto. Nunca preví, quizás por una profunda esperanza en la humanidad, que el progreso tecnológico, casi nunca viene acompañado del progreso intelectual. Incluso, ahora estoy convencido que el progreso tecnológico, en manos de personas con poco progreso intelectual, puede ser un arma peligrosa, nociva y como todo virus, profundamente contagioso.
Si hace 20 años hubiera visto el futuro y leído o visto que un joven moría por inhalar químicos, solo por captar Me Gustas o más reproducciones, no lo hubiese podido creer. Pensaría que algo pasó en mi sueño idealista de un mundo mejor.
Ahora, luego de sufrir, padecer y entender el fenómeno que hemos generado puedo asegurar que luego de dos décadas la sociedad, entendiéndose el término que engloba, familia, instituciones, medios de comunicación, perdió la batalla o las diversas batallas que hemos enfrentado a lo largo de 20 años con Redes Sociales. Pero estoy seguro, que la guerra aún no está perdida.
Para vencer, debemos estar conscientes de nuestra posición. En qué parte del frente de acción estamos y bajo qué reglas estamos luchando.
Es necesario comprender que esta guerra la estamos librando desarmados, sin defensas, desprevenidos. La reacción ha sido peligrosamente lenta y todavía cuestionada por quienes buscan justificar lo injustificable. Sin dudas, esas personas son cómplices.
El enemigo que enfrentamos no es Facebook, no es Mark Zuckerberg, tampoco Bytedance, matriz de Tiktok. Estas empresas solo buscan rentabilidad, sin ética social. Crean algoritmos que alimentan al enemigo, le dan soporte, le dan peso específico en nuestra conducta. Ellos con el canal, el arma del enemigo.
El monstruo, es silencioso, etéreo, insaciable, frenético, pero frágil si sabemos cómo combatirlo.
El enemigo ha crecido tanto, con sigilo y resguardo que ahora que lo vemos nos asustamos. Al igual que una rata o un ratón que se esconde, se alimenta y se fortalece, nuestro monstruo se nutre porque no estamos conscientes de su presencia. Esparce su virus y nos enferma.
Nuestro enemigo, ese monstruo sigiloso, somos nosotros. Las redes sociales, a partir de sus algoritmos y el mal uso que hacemos de ellos, han estimulado las conductas más básicas de los seres humanos y lamentablemente, el morbo, entre otras perturbaciones.
Las redes sociales han aupado tantos antivalores humanos que sería imposible no describirlos: la intolerancia, la deshonestidad, el egoísmo, la envidia, la irresponsabilidad, la vanidad, el narcisismo, el consumismo, entre otros.
Todos ellos están presentes, directa o indirectamente en buena parte de los contenidos que se viralizan, que se hacen reconocedores de éxito, que llevan a la fama a un “influencer”, el cual termina siendo un ejemplo de éxito a emular por sus audiencias.
Alcanzar un “Me Gusta” , miles de reproducciones o incluso dinero por monetización, termina siendo el objetivo de muchos jóvenes que utilizan las redes sociales para alcanzar un reconocimiento social, tan importante que no importa la vía utilizada para lograrlo.
Este reconocimiento se exacerba en la adolescencia. Una etapa compleja en la vida del ser humano, porque nuestro cuerpo y nuestra mente no están en sintonía. Nuestras hormonas estimulan emociones y deseos, los cuales, en el mundo en el que vivimos, son puertas abiertas donde ese enemigo, estimulado por las redes sociales penetra y se hace fuerte.
UNA PUERTA ABIERTA PARA EL DELITO
Por omisión y desprevención, las redes sociales, además de estimular estos antivalores que he expuesto, han facilitado el camino para que estafadores, extorsionadores, pedófilos, sádicos entren en contacto con sus presas. A lo largo de 20 años, las normas, las políticas de seguridad de los datos y las maneras de comunicar la activación de los filtros de seguridad han fallado en su objetivo.
Por parte del usuario, estoy convencido que el acceso a estos espacios sociales debió pasar primero por una inducción profunda sobre los riesgos que podrían estar corriendo al crear perfiles en internet y poner su información personal al alcance de todos. Esto no pasó.
Recuerdo que cuando Facebook compró Whatsapp, aparecían en mi página principal los perfiles de y números telefónicos de muchos “amigos” a los cuales acepté, por considerar que estaba incrementando mi base de seguidores. Alimenté, falsamente mi ego, creyendo que eso era símbolo de estatus.
Supongo que miles de personas, amigos o no de mis amigos, vieron mi perfil, y claro está mi número telefónico. Con el tiempo, esta “falla” se corrigió y ahora es un poco más complicado acceder a un número telefónico por facebook.
Whatsapp, por su parte, sigue teniendo fallas profundas. Ha sido una vía expedita para la extorsión, para amedrentar o amenazar. Solo basta tener un teléfono de un usuario desprevenido y un delincuente puede acceder incluso a su ubicación.
Como se detalla en estos ejemplos, las plataformas, creadas para incrementar nuestra socialización, nuestra productividad y nuestro acceso a servicios y productos, se transformaron en instrumentos de algunos delincuentes que las utilizan para hacernos daño.
Estos depredadores, han sido muy ágiles en aprovechar las ventajas que ofrecen las redes sociales, sus escuetos mecanismos de control y nuestra ingenua desprevención. Y si bien los adultos no están exentos de ser víctimas de estos delincuentes, son los adolescentes, los más susceptibles a ser agredidos.
Durante la adolescencia, además de la lucha hormonal y la desconexión entre madurez sicológica con la física, se busca reconocimiento, aceptación. Es fundamental pertenecer a un grupo, una pequeña comunidad de amigos con los cuales se comparten gustos, emociones y deseos.
Los adolescentes de la era de las redes sociales, han visto quintuplicar los medios para alcanzar dicho reconocimiento. Un adolescente de los 80 o los 90, salía al patio, a la calle del barrio o urbanización. Jugaba o saciaba su curiosidad sexual o de otro tipo en grupos reducidos.
Era difícil, el acceso a contenidos para adultos o incluso más complicado conectar con chicas o chicos para compartir experiencias, vivencias o con los cuales satisfacer necesidades.
Desde que las redes sociales se instalaron las condiciones cambiaron radicalmente, a un ritmo que esos adolescentes de los 80 o 90 no han podido digerir para proteger o cuidar a sus hijos.
Buena parte, casi todos, los padres de adolescentes, hemos cometido el fatídico error de entregarle un Smartphone a nuestros hijos. Error que se incrementa al máximo, cuando este joven, bien con autorización o sin ella, activa sus redes sociales.
Crear un perfil falso, es todavía simple. Cualquier menor de 13 años, puede tener cuenta en instagram, facebook, tiktok, X. Simplemente porque sus amigos están conectados y ellos necesitan socializar.
Tanto familia, como redes sociales e incluso las normas del Estado, han sido indiferentes, poco claras y permisivas con estas normativas de ingreso. Por omisión o desconocimiento, se ha permitido que niños y jóvenes creen perfiles en redes sociales donde quedan expuestos.
La creación de perfiles falsos ha sido en el histórico de las redes sociales, la principal forma de conexión que los depredadores han tenido con sus presas. A través de estas cuentas, adultos, han levantado perfiles atractivos, que atraen a chicos y chicas.
Una vez conectados con sus presas, los estimulan a exhibirse. En muchos casos se han denunciado casos de niveles de contacto que incluso llegan al envío de fotos privadas a través de Whatsapp.
Cuando la presa cae en el juego del depredador, es extorsionada. Obligada a pagar dinero, a través de la fatídica cadena de bloques del blockchain, indetectable, sumas imposibles de cubrir. Muchos jóvenes entran en pánico hasta el punto de atentar contra su vida o incluso suicidarse.
La sextorsión ha sido uno de los delitos más utilizados por los delincuentes. A ellos podemos sumar otros delitos que evolucionaron durante las dos primeras décadas del internet y que ahora se potencian: ransomware, phishing, etc.
Los jóvenes, que desconocen buena parte de estos delitos, tampoco son aconsejados y orientados en el seno de sus familias, menos en las escuelas o instituciones del Estado. Así han crecido y por ello han visto al monstruo de frente.
Pero no solo son los depredadores. El monstruo que se alimenta de nuestro frenético deseo del reconocimiento. Hay otros depredadores más sofisticados, quizás con un nivel de morbo superior.
No puedo asegurar que los mal llamados “challenge” sean promovidos por grupos de perturbados que sienten fascinación por ver a jóvenes haciéndose daño, tampoco puedo descartar esta opción.
Los retos virales han sido tan dañinos que faltarían exabytes en internet para explicar el por qué lo son. Recuerdo que hace algunos, me llamó profundamente la atención como algunos influencers de Instagram (cuando solo permitía fotografías) eran intrépidos, hasta el punto de exponer su seguridad para captar la foto imposible, esa con el potencial de llevarte a la fama.
Ese frenético deseo de reconocimiento, de ser el mejor en algo, el más popular, se exacerbó con los retos virales. El más reciente que nos afectó a los venezolanos, fue el Chroming, donde varios jóvenes se intoxicaron al inhalar gases tóxicos preparados por otro joven que siguió la guía a través de algún amigo o alguna publicación en la fatídica web oscura.
Un adolescente detenido y casi doscientos intoxicados fueron el resultado de este reto viral que lamentablemente sigue siendo realizado sin reparos de ningún tipo.
El caso de Esra Haynes ha sido el más difundido recientemente. Lamentablemente, el caso de esta niña de 13 años generó todo un movimiento social en Australia que influyó notoriamente en la recientemente promulgada ley de prohibición de redes sociales para los menores de 16 años, en este país. La primera en el mundo.
Un barómetro con el cual las autoridades australianas midieron el impacto del daño que se estaba generando a una generación entera fue el libro “La Generación Ansiosa, del psicológico de la Generación Z, Jonathan Haidt, un libro de cabecera que debe estar en los anaqueles de cada familia. (aquí les dejo el enlace)
En su obra Haidt describe como la ansiedad, depresión y otros trastornos psicológicos colmaron la psique de nuestros niños y adolescentes, hasta el punto que pueden atentar contra su vida por un falso reconocimiento.
EL ALGORITMO ES LA CLAVE
La fábula del “Lobo Malo” y el “Lobo Bueno” nos deja claro que al final vencerá lo que alimentes. Si alimentas lo malo, tendrás tu maldad más desarrollada, y, si alimentas lo bueno, pues triunfará el bien.
El viejo maestro jedi “Yoda” dijo una vez que el lado Oscuro de la Fuerza era más seductor. Más pasional, y por eso se hacía más atractivo. Esa fascinación inconsciente del ser humano por comer el fruto prohibido, lamentablemente nos sigue condenando.
Las redes sociales que son corporaciones con un valor de mercado superior al producto interno bruto de muchos países saben que alimentar a nuestro lobo malo, les da más garantías de impacto, más usuarios activos mensuales, más empresas patrocinando y más personas u organizaciones pagando campañas para incrementar sus seguidores.
Qué hacen estos algoritmos, simplemente, conectar contenido similar con más personas que quieren ver productos similares. Así conectan audiencias y generan videos o contenidos populares. En la medida que estos materiales son masivos, generan un frenético deseo entre los jóvenes por replicarlos, sin importar si se ponen en riesgo.
Generalmente, el algoritmo se alimenta de contenido irrelevante. Un hermoso cuerpo femenino contoneándose, exhibiéndose, promocionando sus cuentas pagas en Only Fans. Estos contenidos, se viralizan, generando ingresos y una masa de usuarios ávidos por ver y satisfacer su curiosidad.
También están los contenidos tontos, replicados por adolescentes, adultos e incluso niños, que replican alguna tontería, una canción o un audio, para ganar suscriptores, impulsar su popularidad y obtener ingresos.
Algunos influencers han sido exitosos, pocos, han sido talentosos. Pocos han dado un valor a sus contenidos y sembrado un legado. A estos pocos mis felicitaciones. La mayoría, lamentablemente no generan valor, multiplican contenido basura y logran el reconocimiento e incluso el pago por parte de estas plataformas que ven estos replicadores de basura, aliados para mantener a una audiencia conectada.
El algoritmo, se alimenta de estos contenidos y los replican, los multiplican. La mayoría de las audiencias lo replican y se concreta lo que se ha definido como “la idiotización colectiva”.
Poco hacen las plataformas sociales por exaltar el contenido de valor. En promedio un creador de contenidos valiosos, es decir, que dejan un aporte al conocimiento de sus audiencias, gana una minúscula fracción de dinero si se compara con el replicador o creador de basura.
Recuerdo que hace un par de años, Tiktok ofreció millones de dólares a los tiktokers más virales. No filtró la valoración del contenido, no dio más importancia a los videos con valor.
¿Qué pasaría si las redes sociales alimentarán al lobo bueno? ¿Qué pasaría si en lugar de dar millones al replicador de basura, se los dieran al talento que intenta compartir su conocimiento? Seguramente, no estaríamos resolviendo el problema de fondo, pero sí se estaría dando un paso importante por estimular el contenido de calidad.
Estimo que la legislación de cada uno de los países del mundo debería apuntar a esto como una condición sine qua non para que las redes sociales coticen en bolsa, obtengan inversiones y anunciantes.
Esta podría ser una alternativa para fomentar el contenido de valor.
¿PAGAR POR LAS REDES SOCIALES?
Hace unos 30 años, se discutía sobre la vigencia de la gratuidad de internet. Algunos defensores de la causa de un internet libre indicaron que pagar por acceder limitaría el conocimiento de millones, afectaría la productividad y generaría una diferencia sustancial entre quienes pagaran por acceder a la red y aquellos que estarían al margen de la que llamamos “la superautopista de la información”
Tres décadas después, recordar este argumento me llena de pena y una profunda risa nerviosa. Estoy seguro que si en estos tiempos existe alguna persona que no utiliza internet libre y gratis y que solo ocupa la plataforma para trabajar, ese ser humano tiene más posibilidades de acceder a todo aquello que creímos nos daría la masificación de la red. Es decir, más competitividad, más enfoque y mejor comprensión de los hechos.
Lo único que hemos logrado con un Internet Gratis es generar una plataforma donde somos el producto con el cual se alimenta un negocio, cargado de anunciantes, depredadores y propagandistas.
La gratuidad de internet no existe. Nunca existió. Alguien tiene que pagar los miles de millones de dólares que se invierten en mantener y hacer crecer robustas plataformas que conectan a la humanidad a un abanico de ofertas, productos y servicios.
Y es lógico que sea así.
Si los Google, los Facebook, los Tiktok, no tuvieran audiencias que generarán un beneficios a quienes invierten en ellas, ¿dónde estaría el negocio? Alguien tiene que pagar, y por ello, es importante que las audiencias, es decir, nosotros, los usuarios, estemos muy claros que somo el producto con el cual se alimenta un negocio mil millonario
Una solución, que me encanta, pero es utópica en estos tiempos, es que las redes sociales fueran pagas. Así como pagas Netflix, Amazon Prime o Disney Plus. Al hacerlo, se haría una reducción considerable del número de usuarios, pero se lograrían cambios radicales en los modelos de negocio.
Los gigantes que ganan miles de millones, se reducirían y con ello se lograría un cambio profundo en las redes sociales.
Pero esto es técnicamente imposible. No hay garantías de que las audiencias dejen sus servicios gratuitos y menos que las compañías de internet migren sus modelos de negocios. Hacerlo por altruismo o buena fe es abiertamente imposible.
Sólo queda la conciencia de los usuarios.
Depende de cada persona el impacto que tendrán estos algoritmos en tu cerebro, en tus percepciones de la realidad, en tus gustos, en tus decisiones. Cada persona debe ser consciente de que ingresar a las redes sociales genera una exposición a muchos flagelos y servicios de valor, depende de cada persona optar por el camino que considere más adecuado.
Pero, en todo caso, es una decisión de adultos. De personas con experiencia, con camino recorrido. Dejar que esta decisión sea responsabilidad de un niño o adolescente es oprobioso.
LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL ALIADA y ENEMIGA
Como ya es común entre nosotros los “homo digitalis” el acceso a más tecnología y más servicios no ha venido de la mano con un mejor uso de las destrezas o capacidades adquiridas por vivir en un mundo digitalizado.
Llegamos a internet, sin resolver los graves problemas que se generaron con los virus informáticos. Estos se multiplicaron, mutaron a diversas mutaciones cuando la red se popularizó.
Luego llegamos a las redes sociales, con esos virus y abrimos las puertas a otras patologías que se generaron por evolución de los males que no se controlaron a tiempo.
Ahora con la Inteligencia Artificial Generativa estamos cometiendo el mismo error. Estamos enalteciendo el potencial de la IA, las empresas están invirtiendo miles de millones de dólares y poco se hace por que esta nueva tecnología evolucione en beneficio de la humanidad, no en su perjuicio.
Hace unos 5 años, cuando comenzaron a hacerse virales las apps para transformar nuestros rostros en simulaciones de nuestra edad o sexo lo advertí. Indiqué que estas aplicaciones, disfrazadas de retos jocosos y contenidos curiosos y divertidos, estaban exponiendonos, alimentando software que podrían replicar versiones de nuestros rostros, para crear figuras humanas totalmente digitales y asombrosamente realistas.
Con los deepfake la IA está demostrando, en estos sus primeros años, que es una puerta enorme para generar contenido engañoso, peligroso y potencialmente agresor de las personas.
Una IA mal utilizada puede multiplicar por mil los daños que se iniciaron con los perfiles falsos en redes sociales, sólo por citar un ejemplo.
Me asombra y preocupa cómo se difunden apps, que nos invitan a usar voces falsas, identidades falsas. Aterra cómo la gente corre presurosa a una nueva fuente de extorsión.
Y claro está, es poco probable que una familia (padre y madre) que no conoce de los riesgos de internet, tenga noción de los enormes problemas que pueden propiciarse con las redes sociales con IA.
Y si damos un paso más allá, y visualizamos el Metaverso, veremos construcciones de alter egos de pedófilos, depredadores y demás delincuentes, interactuando con niños y jóvenes que ingresarán sin reparos en los mundos virtuales.
Creo, sin embargo, que la Inteligencia Artificial, también tiene el potencial de ayudarnos a retomar el lado correcto. Estimo que si los algoritmos con los cuales se alimentan estos servicios, fomentan las buenas prácticas, detectan los delitos y delincuentes, podrían ayudar a la sociedad en esa guerra que está librando con el monstruo etéreo que hemos construido en la era digital.
Hacerlo dependerá de no cometer los mismos errores y sobre todo de frenar los deseos insaciables de quienes ven en la IA una opción para evolucionar en sus modelos de negocios, seductores, pero profundamente adictivos.
Los avances que se están consolidando en este momento con la IA están orientados a ampliar las fuentes de comunicación entre las personas. Es decir, ya no solo podrás hablar y comunicarte con tu círculo de amigos y amigos de tus amigos. Ahora, podrás conversar directamente, inmediatamente con cualquier persona en el mundo, sin importar el idioma.
Un ejemplo de esto lo vi con las ORION, unas gafas de realidad mixta creadas por META y que permiten la comunicación y el reconocimiento, de cualquier persona con la cual nos comuniquemos.
Poco Meta de los riesgos y los controles de seguridad. Poco han dicho las plataformas digitales sobre las puertas que pueden abrirse por un uso emocional de estos nuevos dispositivos.
Al final, no debemos esperar una legislación. Debemos actuar con convencimiento. Prohibir las redes sociales en menores, no debe ser un acto autoritario, cargado de miedo. Los adolescentes, no asumirán nuestra prohibición.
El reto de cada familia estará en generar en ellos una reflexión. Un conflicto ético en el cual comprendan de los daños que generan las redes sociales y la necesaria madurez intelectual que se necesita para acceder a estos mundos virtuales.
Por lo pronto, solo invito a los padres y representantes a reducir la exhibición de sus hijos. Que eviten aparecer en servicios sociales, plataformas digitales. Incentiven valores, fomenten el trabajo y la disciplina como fuentes fundamentales del éxito.
Si hacemos lo contrario. Si consideramos que la exhibición y la “popularidad en redes sociales” es símbolo de éxito, seremos igualmente culpables de los problemas que nuestros representados tengan por las deformaciones que se generan en las redes sociales.
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